Cuentan que cuentan que me contaron, que allí por tierras
asturianas hace más de cien años vivía un muchacho inquieto, extrovertido y
curioso llamado Lorién. Amaba la literatura y escribir era su mayor afición, era
uno de los mejores estudiantes de la escuela del pequeño pueblo en que vivía,
le encantaba aprender, para él las sesiones de estudio le resultaban
apasionantes, pero sobre todo le gustaba enseñar. Desde chiquitito idolatró a
sus profesores y quiso ser como el mejor de ellos, pero siempre tuvo miedo a
hablar en público, a pesar de su facilidad para desenvolverse y su fuerte
autoestima nunca aguantó la expectación que generaba ese momento.
Los envidiosos esperaban anhelantes a que se diera la
oportunidad en que Lorién tuviera que ponerse delante del encerado y hablar
para toda la clase. Aquello era un auténtico espectáculo, su clara tez iba
cambiando de color por segundos, de blanca a rosa, de rosa a roja y de roja… ¡A
veces incluso se volvía morada!
Hasta que llegó un día en que a uno de sus queridos
compañeros se le ocurrió la genial idea de llamarle “Rojo”. Buenos días “Rojo”,
¿qué tal estás “Rojo”?, ¿me dejas un folio Rojo?...
Fue pasando el tiempo y ya casi nadie en el pueblo sabía
cuál era su verdadero nombre, de hecho, aquél miedo escénico de sus años de
escuela había desaparecido por completo y tras mucho esfuerzo logró dedicarse a
la docencia. Pero su “apodo” pasó de generación en generación hasta el momento.
Anotado :)
ResponderEliminar