TODA CLASE DE PIELES
Hace muchos muchos años, en un
lejano reino había un matrimonio de reyes muy afortunados. Su vida estaba llena
de amor y abundantes riquezas. El rey era apuesto y cariñoso y la reina
destacaba por su increíble belleza. Lo único que les faltaba para terminar de
ser absolutamente felices era un hijo en común.
La reina tenía especial ilusión
en que fuese una niña y el rey, sin embargo, quería un niño para que pudiera sucederle
en el trono. Al poco tiempo la reina se quedó embaraza y tras un parto difícil
tuvo a una hermosa niña a la que llamaron Diana.
El rey, decepcionado con el sexo
del bebé, se desentendió de sus responsabilidades como padre con la esperanza
de que cuando su mujer se recuperara del parto pudieran volver a intentar tener
un niño. Durante este tiempo Diana estuvo al cuidado de las sirvientas de
palacio. Pero pasaron las semanas y la reina cada vez estaba más débil y
temiéndose lo peor mandó llamar a su marido. Una vez le tuvo delante le dijo
que no creía que le quedaran muchos días de vida y que como despedida tenía que
pedirle tres favores;
el primero: que a pesar de no
haber podido satisfacer sus deseos fuera responsable por los dos y se hiciera
cargo de su pequeña,
el segundo: que le diera su
pulsera de Pandora. Aquella pulsera tenía un enorme valor para ella, pues entre
los múltiples abalorios que la formaban se encontraban los anillos de bodas de
sus padres y una flor de lis tallada sobre un diamante de su abuela.
y el tercero: que cuando ella
cumpliera la mayoría de edad le encontrara un esposo tan bueno y bondadoso como
él, que pudiera ser el heredero de su reino.
El rey, desolado con la noticia,
no pudo negarle sus últimos deseos a su esposa y le dio su palabra.
Al poco tiempo la reina falleció
y el rey, haciendo de tripas corazón, trató de dejar a un lado su dolor y
siguió a pies juntillas la promesa que le había hecho a su esposa y empezó a
ser una pieza clave en la educación de su hija. Fueron pasando los años y padre
e hija cada vez estaban más unidos y con el tiempo la princesa se fue
convirtiendo en una jovencita encantadora con una belleza envidiable.
Cuando llegó el día en que Diana
alcanzaba su mayoría de edad, el rey le dio la pulsera de Pandora de su madre,
explicándole su valor sentimental y mandó llamar a todos los príncipes de los
reinos cercanos para elegir al mejor candidato para su casamiento.
Durante las próximas semanas el
palacio estuvo abarrotado de todo tipo de jóvenes, que iban siendo rechazados
uno a uno con gran celeridad. Ninguno cumplía con las expectativas del rey para
su pequeña.
Hasta que un buen día, llegaron a
palacio tres hermanos, cada cual más apuesto y humilde. Cualquiera de ellos le
pareció la mejor opción para Diana y decidió dejar la última palabra en sus
manos. Ella, que era muy avispada y no tenía intención de contraer matrimonio
con cualquiera solo porque le gustara a su padre, les dijo que se casaría con
aquél que consiguiera regalarle el vestido más bonito del mundo. Pues pensó que
les llevaría el suficiente tiempo como para convencer a su padre.
Los jóvenes, por su condición de
príncipes, pudieron invertir mucho dinero en la búsqueda de materiales
extraordinarios y con la ayuda de los mejores sastres de su reino tuvieron
terminada la tarea en menos de tres meses.
El primer hermano le ofreció un
vestido tan dorado como el sol, tejido con hilo de oro; el segundo un vestido
tan plateado como la luna, tejido con hilo de plata; y el tercero un vestido
tan brillante como las estrellas de platino y de diamantes.
La joven se quedó boquiabierta,
nunca habría imaginado que la sorprenderían con aquello en tan poco tiempo. Su
padre seguía sin dar su brazo a torcer y debía casarse en un mes con el
pretendiente cuyo vestido eligiera. Así que les dijo a todos que al día
siguiente por la mañana les daría el veredicto.
Pero ella seguía teniendo muy
claro que no quería casarse con ninguno de los tres, así que planeó escaparse y
huir lejos en cuanto su padre se acostara. Con cuidado de no ser vista fue a
una alcoba del palacio donde sabía que su padre aún conservaba muchos recuerdos
de su madre con el objetivo de encontrar algún atuendo para disfrazarse. Fue
abriendo un armario tras otro hasta dar con algo que la dejó perpleja… ¡un
abrigo multicolor! Debía está formado por un pedacito de piel de cada animal
-pensó, además de ser muy largo, con mangas anchas y una capucha que le cubría
toda la cabeza. Era el atuendo perfecto para no ser reconocida, así que se lo
llevó.
Esperó a que llegara media noche,
metió un par de mudas de ropa en una mochila junto con algunos víveres, se puso
el original abrigo de su madre y la pulsera de Pandora que le había dado su
padre y sigilosamente salió por una de las puertas traseras del palacio.
Una vez estuvo fuera echó a
correr como alma que lleva el diablo hacia ningún lado, con el único objetivo
de alejarse lo máximo posible de los aposentos de su padre para que no pudiera
dar con ella. Estuvo corriendo y caminando durante una semana, durmiendo en pequeños
escondites durante el día y comiendo a duras penas con frutos que iba
encontrando por el camino. Hasta que un día llegó a un pequeño riachuelo, no
vio a nadie por los alrededores y sintió le necesidad de meterse en él y
aprovechar para asearse y descansar durante algunas horas. Así que apoyó en
unas piedras de la orilla el abrigo y la pulsera para que no se mojara, se
desnudó y se zambulló en aquellas aguas tan frías.
Con tan mala suerte que apareció,
como de la nada, un joven que rondaba por allí en ese momento. Diana salió del
agua a toda prisa y sin darle tiempo si quiera a vestirse se puso directamente
el abrigo y se tapó el rostro con la capucha. Dispuesta a huir de allí a toda
prisa, el chico, que no solía encontrarse a nadie por esa zona, quiso ser
simpático con ella y le dijo que no se fuera por favor, que él no la haría
daño. Diana recapacitó durante unos segundos y decidió quedarse con aquél
joven, pues llevaba muchos días sin relacionarse con nadie y estaba un poco
aburrida de ir dando tumbos sola sin rumbo alguno.
El muchacho se llamaba Joan y
vivía a pocos kilómetros del lugar donde se habían encontrado. Al haber pillado
a Diana bañándose en el río, con ropa desgastada, una pequeña mochila y un
enorme abrigo como únicas pertenencias sacó en conclusión que necesitaba de su
ayuda. Así que le propuso que le acompañara a su casa para que pudiera darle
algo de comer.
Diana, a pesar de su
desconfianza, aceptó pero no pronunció palabra en todo el camino y permaneció
cubierta por la capucha del abrigo. Al llegar a la casa, Joan le ofreció
sentarse en una mesa que había a la entrada y le dio pan y membrillo para que
comiera todo lo que quisiese. Mientras ella se saciaba, le preguntó que a dónde
se dirigía y ella respondió que no sabía ni donde se encontraba.
A pesar de la enorme
hospitalidad de aquél muchacho, Diana en ese momento no confiaba en nadie por
miedo a ser encontrada por su padre pero estaba cansada de vagar sola y
aburrida y Joan le pareció el perfecto compañero de aventuras. Así que para
comprobar si era de fiar y de verdad podía interesarle decidió dejar caer a propósito
de su pulsera de Pandora la flor de lis bajo la mesa con la intención de que
Joan la encontrara y sintiera la
necesidad de devolvérsela.
Cuando hubo cumplido con su propósito se levantó de la
mesa, le dio las gracias y salió de la casa a toda prisa, dejando a Joan
atónito. Al rato éste se dio cuenta de que algo brillaba debajo de la mesa, se
agachó y comprobó que era un pequeño abalorio que sólo podía ser de la joven
con la que había coincidido aquella tarde.
Como era un chico muy curioso se quedó con las ganas de
saber más sobre Diana, pero ella no le había dicho si quiera su nombre, así que
pensó en dejar pasar la noche e ir a buscarla al día siguiente con la intención
de devolverle la pulsera que con las prisas creía que había olvidado.
Aquella noche Diana se durmió en
un tronco hueco de un árbol en las profundidades de un bosque cercano, pensando
en lo guapo, atento y bondadoso que le había parecido Joan. Le hubiera
encantado pasar un rato más con él, pero el miedo a ser descubierta la frenó.
A la mañana siguiente, Joan salió
de su casa en busca de Diana según había planeado. Como no conocía su nombre y
recordaba el extravagante abrigo que llevaba, la llamó “Toda clase de pieles”.
Y fue gritando ese nombre por
todo el camino que iba recorriendo. Hasta que cansado de andar y de andar sin
recibir ningún tipo de respuesta decidió abortar la misión por un rato y se
sentó en una piedra enorme a descansar. Pero se acomodó tanto que se quedó
dormido.
Diana mientras tanto salió de su
escondite sin saber que Joan se encontraba cerca de allí y se dispuso a buscar
algún fruto o animalillo que poder desayunar. No hizo más que recorrer
cincuenta metros y se topó con el muchacho de frente. Su
sonrisa denotó pura felicidad, su plan había causado efecto. Al ver que
estaba dormido decidió sacar
uno de los anillos de su pulsera y se lo puso en el dedo índice de su mano
derecha como símbolo de que la había encontrado. Al rato Joan se despertó y
rápidamente descubrió aquél anillo en su mano, bajó de la piedra en que
horas antes se había subido y buscó
y buscó como loco por los alrededores, hasta que la encontró detrás de un
rosal... ¡Por fin he dado contigo!- exclamó, se sacó la flor de lis del bolsillo
del pantalón y se la dio. Se
había tomado muchas molestias en encontrarla sin saber el enorme valor
que tenía para ella. Joan le empezó a gustar aún más y sintió la necesidad de
abrazarle. Pero sin darse cuenta la capucha de su abrigo se le bajó y dejó a la
vista su precioso rostro… Joan sonrió, creyó estar viendo a la mujer más
hermosa del mundo.
Se sentaron bajo un frondoso
árbol y pasaron horas y horas hablando. Diana creyó que, ahora sí, podía confiar en él y le
contó su historia haciéndole prometer que jamás la contaría, pues aún temía ser
encontrada por los súbditos de su padre.
De ahí fueron a casa de Joan y poco a poco empezaron una
nueva vida juntos.
Fueron pasando los años y Diana
añoraba cada vez más a su padre, así que decidió volver a palacio acompañada de
Joan.
El rey, al ver a su hija después
de haberla dado por perdida durante tanto tiempo, la abrazó con todas sus
fuerzas y le dijo que con el paso de los años había entendido la razón de su
huida.
Ella sorprendida le agradeció sus
palabras y le presentó a Joan. Ambos se alojaron en el palacio durante varias
semanas. Y entonces el rey pudo comprender, que sin querer había cumplido la
última promesa que le hizo la reina antes de fallecer, aquél hombre era
maravilloso y su hija rebosaba de felicidad junto a él.
FIN
Mi adaptación del cuento “Toda clase de pieles” va dirigida
a niños de más de 10 años que ya entienden el lenguaje simbólico o figurado y
reconocen el lenguaje humorístico.
Además, al ser un cuento bastante extenso necesitan leer con
fluidez para poder disfrutar de él en su totalidad sin que suponga un esfuerzo.
A la hora de llevar a cabo la adaptación de este cuento he modificado lo siguiente:
- Le he puesto nombre al personaje principal del cuento (Diana) y al joven que he incluido en mi adaptación del que se enamora (Joan). Con la intención de hacerles más cercanos para los niños y puedan meterse en la historia con más facilidad.
- He eliminado el incesto, considero que es un concepto poco apropiado para un cuento infantil. Los deseos que le pide la reina a su marido antes de morir y que le hace prometer. He mantenido el deseo de que cuide de su hija, pero los dos siguientes los he modificado. He cambiado el anillo de su boda y los colgantes de oro que le pide que le dé a la princesa por una pulsera de Pandora con los anillos de boda de sus padres y una flor de lis tallada sobre un diamante de su abuela. Y también he cambiado el hecho de que tuviera que encontrar a una mujer más bella que la reina con la que casarse y tener un hijo que pudiera ser el futuro rey, por la búsqueda de un esposo para su hija tan bueno y bondadoso como el mismo para que fuera el heredero.
- En mi adaptación he mantenido los vestidos, pero en este caso son tres de los pretendientes quiénes se los regalan a Diana con el propósito de ser elegidos como futuros esposos suyos.
- La princesa consigue el abrigo de “Toda clase de pieles” por sí misma. Va a una habitación repleta de recuerdos de su madre y lo encuentra entre sus cosas. Me parecía muy retorcida la idea de que le pidiera al padre que lo formara a partir de un trozo de tela de cada animal que existía en el mundo.
- El momento en que es descubierta durante su huida del castillo lo he cambiado por completo. No es encontrada en un tronco hueco por los súbditos de un rey, sino que al tiempo que decide tomarse un respiro y darse un baño en un riachuelo aparece un muchacho que le invita a comer en su casa. He querido incluir a Joan como un joven humilde que viven en las profundidades de un bosque, en vez de un príncipe.
- He usado una pulsera de Pandora que he incluido en el lugar de los colgantes de oro como enlace de unión entre Joan y Diana. Para acortar el cuento y que concluyera de una manera más directa y rápida.
- En mi historia es el chico el que va en busca de la princesa, habiéndolo pensado ella así de antemano con intención de descubrir si es de fiar.
- Y por último he modificado totalmente el final del cuento. Me parecía importante que terminase de manera feliz y entrañable para que los niños se quedaran con un buen sabor de boca. La princesa vuelve al palacio de su padre, arregla las cosas con él y le hace ver que ha encontrado a un buen hombre que le hace feliz, sin la necesidad de su forzada intervención.
Y he respetado lo
siguiente:
WEBGRAFÍA:
- - Teoría del Bloque 2
- - Cuadros de Luvit
Perfecto.
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